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martes, 9 de febrero de 2010

AY PEPE


Aclarando algunos conceptos


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“La política es la conducción de los asuntos públicos para el provecho de los particulares”.
Ambrose Bierce
Dicen que el mejor juez que existe es el tiempo pues siempre acaba poniendo a cada quien en su lugar.
Pues bien, ya está poniendo en su lugar a Pepe, aunque ya muchos conocíamos que podía dar de sí por sus hechos pasados ["por sus hechos los conoceréis"], a medida que se van desvelando sus nombramientos.
Arturo Corrales es un “vividor” a costa de Honduras, nombrar a familiares de los “amiguetes” constituye una falta monumental de ética, crear cargos nuevos cuando lo que se necesita es reducirlos por la grave situación económica es inmoral, nombrar a Diputados electos para ocupar puestos en el Ejecutivo es una burla a los electores, Emil Hawit tiene sobre sí dudas muy fuertes y razonables sobre la procedencia de su patrimonio, Miguel Pastor en Soptravi es como poner a un ratón en una fábrica de queso, César Ham, un demagogo empedernido que dice representar y luchar por los pobres, pero que vive como los ricos, es una tomadura de pelo [vamos a ver si no sale del INA con un montón de tierra escriturada a su nombre o de testaferros], etc, etc, ……

En fin, me temo que lamentablemente nada va a cambiar en Hibueras.
La próxima vez los que se van a  tener que exiliar son estos políticos incombustibles que son tan incompetentes y egoístas que no se dan cuenta de lo que está ocurriendo (adjunto un artículo de D. Anibal Delgado que explica acertadamente lo que está sucediendo). Ya Santo Tomás de Aquino, que no era un pendejo como ellos, definió muy bien la situación: “La ira de un pueblo es directamente proporcional al tiempo que ha estado sometido” … el que quiera entender que entienda.


Hacia una sociedad nueva


Pienso que es importante que todos los sectores sociales y políticos comprometidos con la transformación democrática, realicen una reflexión crítica y formulen proyectos de rescate nacional.

Lo ocurrido en 2009, antes y después del golpe, la crisis económica y social, tiene un solo significado: el agotamiento de un sistema político profundamente antidemocrático, incapaz de promover un desarrollo sostenible y equitativo.

La coyuntura de junio no fue un mero accidente producido por el choque circunstancial de dos fuerzas antagónicas; fue y sigue siendo la expresión lógica, necesaria, del desenvolvimiento crítico de la sociedad hondureña en los últimos treinta años.

Esa coyuntura sólo abrió muy brevemente la compuerta para que se precipitara en forma tempestuosa algo, no todo, el contenido de la represa de frustraciones, cóleras y descontentos acumulados en los últimos treinta años.

En estos treinta años hemos asistido a ocho procesos electorales en el marco de lo que se ha llamado régimen democrático, pero el saldo en materia social es trágico: la pobreza se profundiza y se amplía, los niveles de eficiencia en la administración pública son cada vez más desastrosos, la corrupción y el despilfarro cabalgan rampantes, la depredación de nuestros recursos naturales nos está dejando en cueros, los hospitales y los centros de salud permanecen en una situación sencillamente calamitosa.

Evidentemente que la democracia es el sistema que promueve la libertad, la vigencia plena de los derechos humanos en su expresión más amplia y el buen gobierno; los pueblos de todo el mundo luchan por ella y nosotros no podemos ser la excepción.

Pero esta democracia azucarada que el aparato mediático nos ha venido vendiendo en las últimas décadas con sospechosa insistencia, es una democracia mentirosa y está muy lejos de ser aquélla que promueve la equidad y la que proclaman los espíritus dotados de mayor sensibilidad humana.

La lógica elemental nos dice que si este sistema político genera realidades tan deprimentes como las que vivimos, no es sensato seguir infundiéndole vida; lo social y políticamente juicioso es transformarlo.

Por todo esto es que, como dije al inicio, es necesario, es urgente, que las fuerzas identificadas con la transformación democrática de la sociedad confluyan en un programa único y en una organización política pluralista que nos permita avanzar, no a los paraísos que plantean las arengas demagógicas, sino a un sistema de vida donde todos puedan compartir el pan y todo aquello que identifica a una sociedad como civilizada.

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