El referendo griego, arma de doble filo
Alberto Rabilotta
¿Por qué un referendo? Una pregunta esencial si,
como dijo el primer ministro George Papandreu, está destinado a que el
pueblo apruebe el plan de austeridad fiscal de la Unión Europea (UE)
destinado a salvar a los bancos privados europeos acreedores de la deuda
griega, y que condenará a Grecia a más de una década de recesión, a la
privatización de todos los bienes y servicios públicos y que hacia el
2020 dejará, además de un pueblo aplastado y empobrecido por el
desempleo crónico, la excesiva carga tributaria y la represión necesaria
para mantener la “estabilidad”, y una deuda pública muy superior a la
actual, según el economista Rob Parentau en su análisis del informe
“Estrictamente confidencial” de la “troika” encargada de aplicarlo (1).
En otras palabras, un cínico acto de cobardía
política de parte del jefe de gobierno griego, que no queriendo asumir
la responsabilidad política del brutal plan de austeridad de la UE
transfiere la responsabilidad al pueblo mediante un referendo
vinculante: La maniobra es clara si se confía en los sondeos en Grecia:
el 60 por ciento de la población rechaza el plan impuesto por la UE,
pero el 70 por ciento de los griegos no quieren abandonar el euro.
Esta es una apuesta al miedo paralizante ante
un futuro incierto que, no hay que descartarlo, puede llegar a ser
dominante en la población en el momento de votar en un referendo que
significará, si el NO al plan de la UE triunfa, la salida de Grecia de
la zona euro y la entrada en un período de decisiones políticas,
sociales y económicas hasta hace poco inimaginables en el mundo europeo,
aunque sin duda potencialmente más promisorias en términos sociales,
políticos y económicos, como recomendaron muchos economistas (2) y
demuestran los casos de Argentina e Islandia. No en vano este martes 1
de noviembre el editor económico del diario The Guardian, Larry Elliott,
escribe que “quienes protestan en las calles de Grecia tienen una
evaluación correcta de la situación. No hay la más remota posibilidad de
que la austeridad funcione, porque el impacto de esos salvajes cortes
(presupuestarios) deprimirán la economía, aumentarán el déficit en lugar
de reducirlo, elevando la presión para ulteriores medidas de
austeridad”.
En este contexto es comprensible el reclamo de las
fuerzas de izquierda en Grecia: que el primer ministro presente la
dimisión de su gobierno y que sean convocadas nuevas elecciones.
La “ley” de las consecuencias imprevistas.
Las razones de Papandreu son muy claras, pero toda
acción política está sujeta a la “ley” de las consecuencias imprevistas.
Y eso es lo que más temen en la cúpula de la UE.
“Los mercados reaccionaron con horror a la idea de
que el lugar de la democracia podría poner ante el pueblo los términos
impuestos en el último programa de austeridad. Pero en realidad no sólo
es Grecia: también se trata de Italia, otro país de Europa del Sur con
un gobierno inestable, montones de deuda, bajo crecimiento y – como
decir esto – una actitud relajada en materia de pagar impuestos”,
escribe Larry Elliott. Y cita el brusco aumento de la tasa de interés de
los bonos italianos a 10 años, lo que presagia muy mal para el
financiamiento de la deuda del tercer país de la zona euro: “algo por
encima del 6 por ciento significa que se alumbra y sonará fuerte y
brillante la señal ámbar; por encima del 7 por ciento e Italia pasa a
integrar con Grecia, Irlanda y Portugal el ‘club’ de los que están bajo
fianza”.
Y esta evaluación es compartida por muchos
economistas, incluyendo los del sector privado: Charles Dumas, de la
firma Lombard Street Research, dijo que Grecia tiene muy pocas
posibilidades de completar su programa de austeridad dentro (de la zona)
euro. En suma, el actual programa es ‘dolor por el dolor en sí”. El
Nóbel Paúl Krugman, quien vaticina un NO en el referendo, ve el punto de
ruptura de la zona euro en Italia, en una “gigantesca corrida
bancaria”. Por su parte el analista económico del diario británico
Telegraph, Ambrose Evans-Pritchard, también ve a Italia como el eslabón
débil por su deuda pública de casi dos billones de euros, y 3.5 billones
contando la deuda privada.
Una situación de “insolvencia desordenada” en el
caso de Italia, agrega, será un evento mucho mayor que la bancarrota en
1931 del banco austriaco Credit Anstall, que disparó el colapso de
muchos bancos europeos, hizo temblar a los centros financieros de
Londres y Nueva York, y convirtió la recesión económica en depresión. Y
Evans-Pritchard apunta que en realidad Italia no está fundamentalmente
en una situación de insolvencia, sino que ha sido llevada a ese estrecho
“porque no tiene un prestamista de última instancia, un banco central
soberano, o una moneda soberana. La estructura del euro en sí misma ha
convertido un Estado solvente en un Estado insolvente. Una alquimia en
reversa”.
El experto financiero Satyajit Das (3) escribe esta
semana, y antes del anuncio del referendo griego, que los defaults son
“la única opción disponible” a menos que la UE “remueva de la lista de
palabras prohibidas la reestructuración del euro, la unión fiscal y la
monetarización de la deuda”. Y añade la “creciente dimensión social y
política” del problema de la deuda, recordando que en Grecia, España,
Portugal e Italia hay una creciente movilización social “resultante de
las dificultades económicas inflingidas a la población en general bajo
los mandatados programas de austeridad. Hay también un profundo
resentimiento sobre lo que se percibe como una interferencia externa en
la soberanía. Dada la historia europea, no ayuda el hecho de que esta
intervención es vista como dirigida por Alemania y Francia. En las
naciones ‘donadoras’ hay un creciente resentimiento de tener que
rescatar a los ‘holgazanes’ miembros del Club Med. El argumento, aunque
simplista e incorrecto, suena bien electoralmente, apelando al
nacionalismo, al racismo y la xenofobia”.
En todo este contexto el referendo en Grecia puede
llevar – si una mayoría del pueblo comprende que será objeto de un
tutelaje socioeconómico y sometido a un “régimen de servidumbre”
implícito en el plan de la UE -, no solo al rechazo de ese plan sino al
cuestionamiento o el derrumbe del modelo monetario y fiscal de la UE,
cuya rigidez y subordinación a las políticas neoliberales sólo sirve a
los intereses del gran capital financiero, a ese menos del uno por
ciento que domina el sistema capitalista global.
Por el momento al menos este “regalo griego”
(referencia al caballo de Troya) ha puesto “patas arriba” la estrategia
de la UE y desmentido de manera categórica lo que después de la reunión
del 26 de octubre pasado en Bruselas afirmaba el presidente francés
Nicolás Sarkozy, de que junto a Ángela Merkel habían “salvado de una
catástrofe” a la UE.
¿Cuál será el efecto de la movilización popular?
Hay una pregunta que vale la pena formularse en el
contexto de la “ley” de consecuencias imprevistas: ¿Cuál será en el
contexto actual el resultado del creciente movimiento popular, del
resurgimiento de la lucha de clases representada por los indignados de
este mundo, que no sólo incluyen a los jóvenes sin futuro laboral, a
los desempleados y subempleados, sino a los trabajadores que están
viendo sus salarios y condiciones laborales fundirse como nieve ante el
sol, y a los jubilados que ya están pagando la crisis con reducciones de
jubilaciones y de acceso a los servicios y programas públicos?
La canciller Merkel y el presidente Sarkozy se
dijeron sorprendidos por la salida de Papandreu. Y el desconcierto
golpeó tanto a la clase política de la zona euro como a los “mercados”,
la dominante oligarquía financiera. Súbitamente todos los interrogantes
vuelven a estar sobre la mesa, incluyendo el futuro mismo de la zona
euro. Con el agravante de que ahora habrá probablemente que incluir la
variable de los referendos vinculantes para validar o rechazar los planes de austeridad fiscal y de tutela impuestos por la “troika” a los países endeudados.
¿Qué sucederá cuando Italia pase a ser el epicentro
de la usura financiera? No reclamará el pueblo italiano un referendo
para decidir si acepta o rechaza los planes de austeridad de la
“troika”. Y por qué se privarán de tales reivindicaciones los pueblos de
Portugal y España…
El G20 en Cannes: retrospectiva de 12 años de promesas y fracasos.
El clima no es muy festivo en Cannes en momentos en
que los jefes de gobierno y de Estado del G-20 se reúnen. En Niza la
protesta de los jóvenes venidos de varios países se hizo notar, aunque
los grandes medios de prensa apenas si la mencionaron en Francia.
Al “regalo” de los griegos, que sin duda estará en
el centro de las discusiones y revivirá la pertinencia de los ejemplos
de Argentina e Islandia en materia de default a una deuda impagable, de
tutelaje del FMI y de rechazo a los planes de austeridad, se unen las
sombrías previsiones para los países avanzados del G20 que presentó la
Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) a
través de un informe (4) de su Secretario general, el mexicano Ángel
Gurría.
Estas previsiones no dejan lugar a dudas sobre la
coyuntura desfavorable que se presenta para los “países avanzados” en
términos de crecimiento económico como de déficits presupuestarios,
deuda pública y desempleo: “debido al bajo crecimiento, una vez más los
mercados laborales se debilitarán y el desempleo seguirá siendo elevado
en las economías avanzadas. El desempleo a largo plazo ha aumentado en
muchas de las economías avanzadas, elevando el riesgo de que el
desempleo cíclico se enraíce y que aquellos trabajadores con menores
vínculos a la fuerza laboral caigan en la inactividad”.
Después de esta constatación sobre la crisis
estructural de las principales economías capitalistas en materia de
empleo, la OCDE recae en la formulación de las recetas neoliberales
–apoyo al (¿difunto?) plan de la zona euro para Grecia, del 26 de
octubre-, incluyendo la “consolidación fiscal (austeridad fiscal) para
restaurar confianza en la sustentabilidad a largo plazo de las finanzas
públicas” para los países avanzados y emergentes. El mismo mensaje, en
su contenido neoliberal, fue dirigido al G20 por los presidentes del
Consejo Europeo y la Comisión Europea, H. A. Van Rompuy y José Manuel
Barroso, respectivamente.
¿Qué sucederá en la cumbre del G20 en Cannes? Por
ahora es evidente que Estados Unidos, Alemania, Francia, Gran Bretaña,
Italia, Canadá y Japón, el G7 que creó el sistema vigente y que en 1999 a
iniciativa de Alemania y Canadá impulsó la creación del G20 a nivel de
ministros de Hacienda y de Gobernadores de los bancos centrales,
seguirán insistiendo en el “gatopardismo”: invocar la necesidad de
cambios para mantener el sistema actual. Y buscarán que las naciones
emergentes – China y Brasil son los dos mencionados en este caso -,
contribuyan al financiamiento de los endeudados países europeos.
Los países emergentes expondrán sus divergencias,
los diferentes intereses que los animan, posiciones comunes en algunos
temas y la ausencia de una posición común en otros. Serán escuchados e
ignorados oportunamente, como ha venido ocurriendo.
Habiendo cubierto el G20 desde sus primeros pasos,
en la reunión del 2000 en Montreal, y en varias oportunidades
entrevistado sobre el particular a su “autor intelectual”, el ministro
de Hacienda de Canadá, Paúl Martín, nunca dejó de ser evidente que el
G20 debía ser un mecanismo para fabricar, en materia de estabilidad y gobernabilidad del sistema financiero y del comercio mundial liberalizado, un consenso más aceptable mundialmente que el posible de lograr en el G7, y que
seria impensable de lograr en el marco de una organización donde cada
país tiene el derecho de palabra y de voto, como Naciones Unidas.
Y en cuanto a los contenidos de las discusiones vale
releer el comunicado final de la reunión de ministros de Hacienda y
Gobernadores de los bancos centrales del G20 en el 2000 (5), realizada
en Montreal, para constatar que desde hace 12 años se vienen repitiendo
cosas laudables y que poco o nada se ha hecho, como en el tema de lograr
que “los inversores privados (del sector financiero) asuman las consecuencias de los riesgos que han tomado”; o de adoptar “una estrategia comprehensiva para reducir la vulnerabilidad hacia las crisis financieras”,
que entre otros aspectos incluya “apropiadas consideraciones sobre la
situación financiera del sector privado en el exterior y una efectiva y transparente regulación y supervisión del sector financiero”.
Y a tales conclusiones se llegaba cuando Alan Greenspan presidía la
Reserva Federal y estaba sentado en la mesa del G20, indicio de que todo
es posible en materia de palabras, pero casi nada en los hechos cuando
se afecta los intereses del dominante sector financiero.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino.
La Vèrdiere, Francia.
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